miércoles, 23 de septiembre de 2009

El niño feliz

En el libro El Secreto del Niño Feliz (The Secret of Happy Children), el famoso psicólogo Steve Biddulph relata que en 1945, al término de la Segunda Guerra Mundial, Europa estaba en ruinas y entre todos los problemas que era necesario atender estaba el de cuidar de los miles de huérfanos cuyos padres habían muerto o habían sido trasladados a lugares distantes.

Los suizos, que se las habían arreglado para ser neutrales, enviaron a sus profesionales sanitarios para que se ocuparan de este problema, y a uno de ellos, que era médico, se le encargó la tarea de encontrar la mejor solución para cuidar a los bebés.

Viajó por todo Europa para estudiar las diferentes formas en que se cuidaban de los huérfanos y decidir cuál era la mejor. En su recorrido encontró casos extremos: vio hospitales de campaña americanos donde los bebés dormían plácidamente en cunitas de acero inoxidable en salas muy higiénicas, al cuidado de enfermeras uniformadas que los alimentaban cada cuatro horas con leche maternizada.

En el otro extremo de la escala, vio como un camión se detenía en un poblado en la montañas y el conductor preguntando: '¿Pueden ustedes criar a estos niños?', dejaba al cuidado de los pobladores media docena de bebés que lloraban sin parar. Estos bebés tuvieron la oportunidad de sobrevivir gracias a la leche de cabra y a la 'olla popular' y fueron criados por las campesinas rodeados de niños, cabras y perros.

El doctor suizo utilizó un método muy simple para establecer la comparación entre los diferentes casos; no pesó a los bebés, ni midió el nivel de coordinación, ni buscó el contacto visual o la sonrisa. En aquellos días en que abundaban la gripe y la disentería, utilizó la más simple de las estadísticas: la tasa de mortalidad.

Y lo que descubrió fue realmente sorprendente. Como las epidemias arrasaban Europa y mucha gente moría, los bebés criados en las poblaciones de las montañas se desarrollaban mucho mejor que aquellos cuidados científicamente en los hospitales.

El doctor había descubierto algo de sobra conocido por las mujeres pero que nadie había querido escuchar: los niños necesitan amor para vivir.

Los bebés del hospital tenían todo lo necesario menos amor y estimulación; en cambio los bebés de los poblados que, además de gozar de los cuidados básicos, eran abrazados, columpiados y tenían a su alrededor un sinfín de cosas qué ver, estaban prosperando.

Obviamente, el doctor no utilizó la palabra amor, pero supo explicarse con absoluta claridad y, según dijo, lo verdaderamente importante era:

  • Contacto frecuente de piel a piel y con dos o tres personas especiales.
  • Movimientos dulces pero vigorosos, tal como llevarlo en brazos, columpiarlo sobre las rodillas, etc.
  • Contacto visual, sonrisas y un entorno colorido y alegre; sonidos como cantar, hablar, parlotear, etc.

A los bebés les encanta que los toquen y los abracen. Además del contacto físico, afirma Biddulph, existen otras formas de recibir el afecto de las demás personas, y una de ellas, la más obvia, es la palabra. Esto no requiere de gran inversión de tiempo si se realiza amorosamente, dice Biddulph, 'y no de mala gana desde detrás de una tabla de planchar o de un periódico'.

Y al fin de cuentas, estos descubrimientos no aplican sólo para los pequeños, sino para el 'niño interior'. Ese niño necesita estímulo, ya sea a través de una conversación diaria, dando y recibiendo palabras de aliento, demostrando amor, de una u otra forma.

En el frenesí recordemos que lo más valioso, lo que al final cuenta, no depende de lo exterior, sino de las intenciones y acciones que ya están a nuestro alcance.

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