viernes, 12 de septiembre de 2008

La historia de Ramón (parte 1 de 2)

'¿Y ahora qué voy a hacer?' se preguntaba Ramón, angustiado, al enterarse que ya no era requerido en su empresa... después de 6 años de servicio contínuo, le tocó el recorte. 'Ramón, eres un buen elemento, pero la empresa ya no da para tantos sueldos, tú sabes cómo está la situación', le dijo su ahora ex-jefe.

Y así, un viernes por la mañana, recibió la noticia. 'Por favor preséntante el lunes por tu liquidación. Nos hubiera gustado darte más tiempo de aviso, pero te vamos a recompensar bien. Y si necesitas una carta de recomendación cuenta con ello.'

Y así, sin grandes fanfarrias, se cerró un ciclo para Ramón, y parecía que también se le cerraba el mundo. '¿Y ahora qué voy a hacer?' se repetía. Y es que a sus 35 años de edad, con una esposa y 2 hijos pequeños, no veía que podía darse el lujo para soñar mucho. Sabía que la situación laboral era complicada.

Y de repente le entró la tentación, pensó: '¿Y si inicio algo propio con la liquidación?' Pero rápidamente descartó el pensamiento como un sueño guajiro.

Desde pequeño, Ramón supo que tenía un talento natural para la música. A sus 15 años ya destacaba en los eventos musicales de su escuela. Particularmente gustó de realizar mezclas, especialmente tecno y dance. No sólo sus compañeros sino hasta músicos notaron su talento, tanto así que una mezcla que hizo fue tocada por meses en un antro de la ciudad.

Eso fue cuando tenía 15 años. Pero la universidad, el trabajo y la obligación de ser adulto fueron enterrando su idea de algún día hacer algo en el terreno de la música... 'Hijo, ese es un buen pasatiempo, ¿pero no piensas dedicarte a eso, verdad?' Y así, quedó en el olvido su idea de algún día dedicarse a la música.

Hasta hoy que Ramón se veía con la posibilidad de hacer algo al respecto.

'Por no dejar', pensó Ramón, comenzó repartiendo su curriculum para encontrar chamba 'de lo que sea'. Y así pasaron semanas, con sólo algunas entrevistas y llamadas ocasionales. En parte por desesperación y en parte por aburrimiento, empezó a mezclar canciones en su computadora. Una tarde que en verdad le llegó la inspiración, Ramón prepara algo especial, una mezcla que tenía magia... lo supo cuando escuchó la versión final, 'ésta va a pegar'.

Esa misma noche fue a visitar a su amigo, dueño del principal antro de la ciudad. En su oficina tocaron el demo de la mezcla recién salida del horno. La expresión en la cara de su amigo lo dijo todo: estaba más que satisfecho, muy impresionado. Así que fue al grano al decirle: 'Ramón, ahí te va: te propongo que me traigas mezclas de estas, cada quince días. Y te las pago, claro'. Rápidamente se dio cuenta que podía mantener a su familia y seguir produciendo más y más material de calidad.

Y el sueño se fue desenterrando, y parecía que brillaba con fuerza una luz. Pero esa misma noche al platicarle entusiasmado a su esposa, ella le respondió: '¿Estás loco?'

'¿Vas a vivir de eso?' Se refería a su nueva ocupación, como si fuera algún negocio ilegal o peor, algo indeseable. '¿Pero, qué van a pensar los demás?' preguntaba ella, angustiada.

Por un lado su intuición le decía que se aventara, que era el camino correcto, que su talento natural estaba ahí por una razón. Pero por otro lado estaba el miedo: '¿qué dirán los demás?, ¿qué pensaran de mí mis amigos que tienen una profesión formal, un trabajo hecho y derecho?'

Aunque Ramón tenía ya un ofrecimiento para entregar sus mezclas cada quince días, cedió a la voz de la razón, de la convención, del status quo, para evitar el ridículo, para salvar su imagen, o al menos eso pensaba. Decidió aceptar un trabajo que en realidad era un retroceso: ganar un poco menos que antes, 'pero al menos es seguro' le recordaba su esposa.

Y así pasaron 10 meses. Cada vez más desganado, en un trabajo que lo consumía mentalmente, que no le daba ningún estímulo mas que el económico, Ramón sabía que se estaba acabando por dentro. Ya no encontraba las fuerzas para sonreir, y contra su voluntad, el amor se le estaba acabando. Quedaba menos y menos de la persona alegre que Ramón solía ser.

Frecuentaba menos a sus amigos y cuando intentaba compartir con alguien su infelicidad, observaba que no podían ayudarles porque la mayoría de sus amigos, familiares y conocidos estaban en las mismas, desempeñando trabajos que no disfrutaban, ansiando siempre el fin de semana para poder liberarse de una pesada carga, una losa que no tenía remedio más que ser cargada de lunes a viernes, repitiendo así un ciclo sin fin. Pero Ramón razonaba que esta era la única opción lógica, especialmente por la responsabilidad de sus dos hijos.

Y pasaron dos años más, y Ramón se acostumbró al ciclo inevitable, sobrellevándolo lo mejor que podía.

Y llegó el día en que su hija mayor cumplió cuatro años. Durante la sencilla fiesta con unos cuantos familiares y amigos de la familia, ella le preguntó: 'Papá, ¿eres feliz?' Ramón no pudo contener las lágrimas.

(Continuará...)

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