jueves, 29 de enero de 2009

¿Vale la pena?

"No existen palabras que puedan describir esta tragedia", expresó el alcalde de Los Angeles, Antonio Villaraigosa, al llegar a la escena del crimen donde, este 27 de enero, un padre de familia despedido de su trabajo mató a su esposa, a sus cinco hijos, para luego suicidarse. El Señor y la Señora Lupoe fueron despedidos del hospital donde laboraban por haber falsificado información sobre su situación económica.

Ervin Lupoe, padre de familia, autor de esta masacre, dejó una nota, explicando sus motivos. Culpó a su ex-empleador por orillarlos al monstruoso plan de asesinato y suicidio.

"Después de tan tremenda (situación) mi esposa y yo pensamos que es mejor terminar nuestras vidas y por qué dejar a nuestros niños en las manos de extraños. Además parece que (nuestro empleador) quiere que nos matemos y nos llevemos a nuestra familia con nosotros", agrega.

La llamada tragedia de Wilmington es quizá el símbolo más grotesco y aberrante de la desesperanza de una crisis financiera global. "Cualquiera que sea la causa de desesperación que dispare esta violencia, hay ayuda allá afuera", estresa el alcalde de Los Angeles.

* * *

Cuando la actividad económica iniciaba siglos atrás nos limitábamos al trueque de bienes y servicios para satisfacer las necesidades básicas, logrando progresivamente una mayor especialización. Por lo general, cada quien se dedicaba a un oficio y se convertía en experto, ya sea tallando una mesa, tejiendo un abrigo, produciendo leche, construyendo una vivienda, etc.

El argumento clave de dicha especialización es que si todos nos dedicáramos a todo, sería imposible un cierto progreso; el mundo moderno como lo conocemos no existiría.

Y para que funcione este sistema económico es preciso también un símbolo común que sirva para intercambiar los bienes de forma efectiva, sin tener que recurrir al trueque en todo momento. Ahí entró en juego la moneda, y con ello las bases de nuestra economía moderna.

Sin embargo, hemos llegado a un punto en nuestra civilización donde intercambiamos nuestro tiempo por este símbolo, el dinero, dejando poco tiempo libre para 'vivir', para disfrutar el fruto del trabajo.

En un principio vivíamos para subsistir, pasando largas horas sembrando, ordeñando, cazando, buscando protección ante las inclemencias del tiempo, es decir, había que trabajar duro para sobrevivir.

Pero, ¿hemos 'progresado' hacia algo mejor? Hoy pasamos largas horas ya no para comer y vestirnos de forma directa, sino para adquirir aquello que permite adquirir los mismos satisfactores, ¡y unas cuantas cosas más!, a cambio de nuestro tiempo.

Por si fuera poco, parecieria que cada vez es más difícil dedicarse a aquel oficio que no sólo traiga dinero a la mesa, sino satisfacción y orgullo.

¿Será que necesitamos regresar al modelo más sencillo, a aquella versión donde la vida es más 'humilde' pero quizá con más recompensas?

La tragedia de Wilmington expone no sólo las consecuencias de los extremos de la mentalidad de víctima, un hombre y una mujer que culpan a su empleador por su situación, sino que personifican a un mundo 'moderno' enfocado en el tener.

Resulta que la familia Lupoe tenía una de las casas más grandes en el barrio de Wilmington, a 40 kms. del centro de Los Angeles. ¿Pensarían que al perder sus trabajos ya no serían vistos con el mismo respeto, que ya no podrían sostener el mismo nivel de vida? Determinaron que, así, la vida ya no valía la pena.

El problema más grave de la tan sonada crisis, no es necesariamente la pérdida del nivel económico, sino la infección del alma y de la mente que convence a la persona que sin su dinero, ya no vale lo mismo.

¿Es posible comprar el respeto a uno mismo?, ¿necesitamos tantas 'cosas' y un determinado 'estilo de vida' para que valga la pena vivir?

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